lunes, 10 de agosto de 2009

Carta de amor a mis periódicos

Convendréis conmigo en que las vacaciones de verano son de lo mejorcito del año. No sólo te proporcionan el merecido descanso que tanto nos hemos ganado durante el año, sino que contribuyen a un notable oxigenamiento de las neuronas, de forma que se consigue una curiosa limpidez en la percepción de las cosas. Normal, airearse es lo que tiene, que refresca mente y cuerpo.

El destino suele importar menos, pero creedme, ayuda. Desde hace unos años, el clima, la suave brisa marina, la buena gastronomía y mejores gentes del Puerto de Santa María, en la bellísima costa de Cádiz, contribuyen a que mi estado mental se equilibre y mi depósito se desborde de energía para lo que deparará el próximo curso.

Incluso ahora, que vivimos tiempos inciertos, en los que nos sobrevuelan negros nubarrones en forma de despidos, inseguridad laboral y lo que es peor, dudas cada vez más fuertes sobre nuestra solvencia a medio plazo, el periodo estival nos anima a seguir, ofreciendo pequeños detalles, leves guiños a los que agarrarse a nada que uno pretenda seguir observando, curioso, el mundo que le rodea y consiga levantar la mirada un poquito más allá de lo que le conceda el confinamiento de su ipod.

Sentemos las bases del relato. Amo los periódicos. Vivo del papel. Y me gusta tanto su tacto, su olor, su color y las historias que contienen que, precisamente en vacaciones, no concibo un desayuno sin ellos, ni estoy cómodo en la piscina si no puedo leerlos, o releerlos según los casos, incluso protegerme del sol con alguno de ellos cuando ya no aguanto más el calor. A la playa, además de mi familia, me llevo la toalla y los periódicos. Y hasta que no se me va la crema de las manos no los cojo, porque me fastidia mancharlos. Y cuando los termino me baño, antes no. Me gusta ir a comprarlos por la mañana, temprano, cuando todavía no hace calor y noto como la brisa me recorre la espalda, con un leve escalofrío. Me gusta compartirlos con mi mujer, e intercambiar los míos con el de mi padre. Dos generaciones distintas, dos diarios distintos. Soy tan fiel a la cita diaria con mis periódicos que la chica del quiosco de mi urbanización me fía, lo que demuestra dos cosas, que en Cádiz todavía tengo crédito y que aquí no ha llegado esa desconfianza hacia el de fuera propia de casi todo el resto del planeta.

Y aunque les ponga los cuernos frívolamente por las noches y me escape al jardín a deshoras a navegar por la red a costa del wifi de algún confiado vecino, a la mañana siguiente vuelvo puntual a nuestro encuentro, con las orejas gachas y esa expresión de “os lo puedo explicar, no es lo que parece, no ha significado nada para mí” que tan bien entienden los débiles de espíritu.

Porque aunque yo sea débil, mis periódicos no los son. Y están allí, puntuales y comprensivos, conocedores de mis flaquezas. Ansiosos por contarme como sigue todo por mi barrio, y por Madrid, y por el mundo. Y conscientes de que les volveré a fallar, resignados, porque la carne es débil y el wifi de mi vecino es gratis…

Y como amo los periódicos y vivo de ellos, me duele pensar que alguna vez acuda al quiosco y ellos no estén. Y nos miremos la chica que me fía y yo y pensemos “nuestra relación termina aquí”. Y que se terminen los desayunos compartiendo el periódico con mi mujer, y que ya no cambie el periódico con mi padre y terminemos pasándonos enlaces por e-mail, y que tenga que bajar a la playa con sombrilla, como un cualquiera, porque el sol termina por molestarme.

Y para evitar eso lucho todos los días durante el año. Y me dejo parte de mi sueldo en el quiosco, que la chica que me fía también tiene una familia que alimentar. Y por eso me conmueve ver que por la mañana temprano hay una cola de gente, con ojos de sueño, esperando para comprar el periódico y luego pasarse a por unos churros al quiosco de al lado para desayunar en casa con la familia y compartir ritual. Y me entran ganas de darles un beso a todos, uno por uno. Porque me hacen sentir menos solo, porque comparten mi necesidad de papel… aunque luego todos navegemos furtivamente, con la mala conciencia de quien está engañando al amor de su vida.
El Puerto de Santa María, 10/08/09
Feliz aniversario, M.