lunes, 25 de noviembre de 2013

De partituras, comunicación visual y 'conclusiones'

Este es el típico artículo del que muchos dirán que "no tiene nada que ver con el diseño", y al que de antemano contesto ya con la típica respuesta, mil veces repetida aquí, de que el diseño tiene que ver con todo. Porque todo se diseña, de todo se habla y se comunica, y nosotros nos dedicamos a comunicar contenidos —periodísticos en nuestro quehacer profesional, aunque no sean de los que trato hoy— de la manera más eficaz. De comunicación visual es de lo que hablo, no de música. Aunque también.



Seguro que muchos habéis visto esta curiosa e ingeniosa comparación entre una partitura de Beethoven y otra del bueno de Justin Bieber circulando estos días por internet. Me la encontré también publicada en La Gran Imprenta, ese gran blog que ya os hemos recomendado y que figura en nuestra galería de enlaces, y ello dio lugar a una pequeña y apasionante discusión musical entre su editor y yo en tuiter.



Esas dos partituras juntas son una gran idea desde el punto de vista de la comunicación visual, y por eso ha resultado tan difundida en la red. Tremendamente eficaz porque no hace falta leer nada, ni siquiera tener la capacidad de leer música —es muy pequeño el porcentaje de quienes saben solfeo— para que entendamos con un sólo golpe de vista la complejidad, e incluso la profundidad, y hasta la 'superioridad', de la música de Beethoven, frente a la simpleza, que no es lo mismo que simplicidad, de la música que canta Bieber... que casi se queda en este esclarecedor vistazo sin serlo, sin ser música. Y decimos "canta" porque en realidad no es música de Justin Bieber, no es suya la partitura mientras que la de Beethoven, sí. Motivo éste, el de no componer sus canciones, por el que incluso le han llamado públicamente "gilipollas". Claro, todos los que cantan, o cantamos, canciones que no hemos compuesto nosotros, lo somos.

Viendo estas dos partituras no necesitamos que nadie tenga que explicarnos nada más, ni que nos hablen de corcheas, ritmo, contrapunto o armonía. Está todo ahí, se ve, de manera que somos nosotros mismos quienes podemos extraer nuestras propias conclusiones.

¿Seguro?

¿O más bien extraemos las conclusiones que previamente ya tenían quienes decidieron seleccionar esas dos partituras en concreto si no establecemos un juicio crítico? Porque la comunicación visual es tan eficaz como peligrosa ya que no solemos someterla al mismo rigor crítico que hacemos con las palabras, escritas o habladas, que nos intentan manipular. Y es que quien seleccionó la 'compleja' partitura de Beethoven bien pudiera haber seleccionado esta otra suya...



...que es ni más ni menos, y en toda su extrema sencillez, la melodia del himno a la alegría incluido en el cuarto movimiento de su Novena Sinfonía, una de las más altas creaciones musicales de todos los tiempos. Si ahora comparamos de nuevo dos partituras, ésta de Beethoven y la anterior de Bieber, ¿qué conclusiones sacamos? Si casi parece más 'compleja' la compuesta para mayor gloria del ídolo juvenil que la del genial alemán. ¿Nos atreveríamos a decir que son músicas parecidas porque las partituras aparente y visualmente lo son para los profanos del solfeo?



Tal vez sea esa falta de sentido crítico ante una 'evidencia' que tenemos delante de los ojos la que ha llevado ya a algunos a apresurarse en 'sus conclusiones'. Curiosamente, las mismas conclusiones letra por letra, puntos y comas incluidos, aquí, aquí, aquí... Parece que internet es muy dado a repetir conclusiones, incluso de manera literal. Claro que, para "simpleza", la de las propias 'conclusiones'. Hasta el director de una de esas publicaciones, hombre cordial al quien conozco desde hace mucho, llegó a enlazarlo como muestra de la 'decadencia' cultural, de cómo se está empobreciendo la música y, sobre todo, de cómo degeneran y se empobrecen los espectadores o 'consumidores culturales', alarmado e indignado porque a pesar de esta evidencia en las partituras que todos podemos ver, el gran Beethoven "murió en la miseria", injustamente olvidado, y Justin Bieber es famosísimo y muy rico. Y... tampoco.

Beethoven pudo morir en una mala situación económica, pero era un hombre respetado y poderoso, cualquier cosa menos "olvidado". Ganó dinero aunque "muriese con deudas" —esperemos a ver cómo termina la ahora boyante cuenta corriente de Bieber— y disfrutó el éxito en vida, el estreno de su Novena Sinfonía es posiblemente el de mayor éxito de una obra orquestal de todos los tiempos, saliendo a hombros del teatro.Su fama, y sobre todo su música, será 'inmortal' mientras exista nuestra especie y nuestra cultura. Mientras que al bueno de Bieber no se le recordará más allá del tiempo que esté de moda. No es precisamente un caso de absoluta 'injusticia' para con el arte y la música el de estas dos partituras. ¿Cuántas veces se va a interpretar cada una de ellas? ¿Qué músicos de todos los tiempos, los mejores de cada momento actual y por venir, va a interpretar esas partituras? Porque tengo la impresión de que sólo lo van a hacer con una de ellas. ¿La de Justin Bieber?

Comparar elementos que no son comparables es la forma más burda y utilizada de manipulación, las famosas peras con las manzanas. Comparar una de las cimas de la música culta de hace dos siglos con música popular de ahora, famosa no precisamente por su calidad musical sino por otros elementos ajenos a la propia música en sí... Lo hizo una ridícula fan de Bieber, y se equivocó, como se equivoca quien pretende corregir eso ahora. Compare el señor, o la señora, de la ingeniosa idea, ya que se pone, música culta de entonces con música culta de ahora, partituras de Beethoven con partituras dodecafónicas, por ejemplo, a ver si es verdad que desde el absurdo punto de vista visual de alguno de los que ha extraído 'conclusiones' perdemos 'complejidad':

Pues se trata de un solo de flauta. Brian Ferneyhough, 'Unity Capsule' (1975-76)




Y compare el señor, o señora, de la comparación la partitura de Bieber con la de la música popular del siglo XVIII, alguna cancioncilla bailable en las fiestas de los pueblos, y luego hablamos, o las cantamos, a ver si han ido a peor o a mejor. O compare también entonces esa música popular de la época de Beethoven con otra música popular actual que sí busque la excelencia, que la hay (ahora sí; posiblemente entonces, no, por eso de la degeneración):



¿Ha progresado la música popular?¿La música en sí? ¿Ha ido a mejor? ¿A peor? O a nada. Porque comparar partituras para quien no sabe leerlas —que es a quien iba dirigida esta curiosa y eficaz forma de comunicación visual— no sirve para nada. O más bien no sirve para lo que nos repiten que sirve quien ha extraído 'conclusiones' por nosotros. Nos ha servido, eso sí (tipografía musical aparte, que ese es otro tema, y apasionante) para discutir de música en tuiter —actividad muy gratificante— y para escribir este artículo, posiblemente demasiado largo, demasiadas notas, demasiados compases... sobre partituras, comunicación visual y 'conclusiones'.

1 comentario:

Anónimo dijo...

No se puede comparar la grandeza de una pieza musical atendiendo a la partitura exclusivamente. Una partitura es un mapa de la obra musical. Es como si comparáramos las bellezas de los países de Costa Rica y Argelia comparando sus mapas. Además, la partitura que has incluido de la 'Oda de la alegría' no es la original de su sinfonía n.º9 sino un arreglo para piano. Esto lo podemos saber porque el pentagrama de la parte de abajo está en clave de Fa. En fin, creo que el diseño de una partitura no releva ni la grandiosidad ni la simpleza de la música sino, como mucho, si será fácil o díficil de interpretar.

Nacho Arbalejo